lunes, agosto 28, 2006

ALFREDO MANEIRO Y EL USO DEL PETROLEO


“Desde 1958 no se veía algo igual: Con exclusión de los gobernantes de entonces y de ahora, una complacida, satisfecha y risueña unanimidad, ilustra la reconciliación entusiasta del país político. Toda la unidad que ayer logró la constitucionalidad, hoy se repite conmovedoramente con el presupuesto. De la unidad en el espíritu del 23 de enero, a la unidad de los 45 mil millones. Sindicalistas y empresarios, nacionalizadores, socializadores, revertores, indemnizadores y ejecutivos de la Shell, ejecutivos de la Mobil, mayorías y minorías parlamentarias, gobernantes y gobernados, policías y detenidos, cobradores y deudores, iletrados y funcionarios del Inciba: todo el país político, unido y unánime funciona a coro, como para hacer obligatoria la aceptación de la gran hora nacional del momento que vivimos.

En efecto, el petróleo es un don natural y forma parte de una justa pedagogía nacional, recordar que no es el resultado directo y meritorio del esfuerzo de los venezolanos; que la presencia bajo nuestro suelo no es producto de nuestro trabajo.

Insistimos en las condiciones sociales actuales es absolutamente imposible pedir el deterioro y, realmente el efecto corrosivo de una abundancia fiscal que no está asociada directamente, ni con el trabajo de los venezolanos, ni con las luchas (y consecuencialmente) con la conciencia de la nación.

Y no es solo una preocupación conservacionista lo que nos mueve, pues es mucho más lo que está en juego. No se trata ya ni tanto ni únicamente, de lesionar la infeliz servidumbre al petróleo. Se trata de impedir una dependencia suicida, nacionalmente de esta abundancia fiscal.

A nadie puede asombrar que comprometamos nuestros modestos esfuerzos a reunir las opiniones y voluntades necesarias para promover, con el apoyo de 20 mil electores y sus firmas, un proyecto de Ley que, frente a la amenaza del indetenible deterioro de la imagen de la Patria y de acuerdo a los intereses permanentes de esta, reduzca drásticamente la producción petrolera”

(Propuesta de Alfredo Maneiro presentada el 2 de junio de 1974 para evitar el conflicto que se presentaría en nuestro país ante el trato que se daba a los elevados ingresos que provenían de la renta petrolera).

Alfredo Maneiro-. Caracas, 30.1.1937 - Caracas, 24.10.1982
Dirigente político y profesor universitario. Descendiente de los próceres de la Independencia Manuel y José Joaquín Maneiro. Hizo estudios de educación primaria en la Escuela Experimental Venezuela y de secundaria en el liceo Andrés Bello de Caracas; desde su época de liceísta ingresó en la juventud comunista, incorporándose a la lucha política contra el gobierno de Marcos Pérez Jiménez. Fue protagonista de diversas acciones políticas en oposición a los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. Maneiro participó posteriormente como uno de los dirigentes que lideraron la disidencia dentro del comunismo venezolano que culminó con la división del partido en 1970. Permaneció distante de militancias políticas. En 1977 obtuvo la licenciatura (UCV) en filosofía. con una tesis sobre Maquiavelo. Fue fundador de la Causa R. y docente en la Universidad Central de Venezuela. En 1982 propuso a su partido el lanzamiento de la candidatura presidencial de Jorge Olavaria. Víctima de una dolencia cardiaca murió en el Hospital Clínico Universitario. Había contraído matrimonio con Ana Brumlik con quien procreó 3 hijos. BIBLIOGRAFÍA: Maquiavelo: política y filosofía. Notas negativas. Notas políticas de Alfredo Maneiro.

ARTURO USLAR P. Sembrar el petróleo


SEMBRAR EL PETRÓLEO
Cuando se considera con algún detenimiento el panorama económico y financiero de Venezuela se hace angustiosa la noción de la gran economía destructiva que hay en la producción de nuestra riqueza, es decir, de aquella que consume sin preocuparse de mantener ni de reconstituir las cantidades existentes de materia y energía. En otras palabras, la economía destructiva es aquella que sacrifica el futuro al presente, la que llevando las cosas a los términos del fabulista se asemeja a la cigarra y no a la hormiga.
En efecto, en un presupuesto de efectivos ingresos rentísticos de 180 millones, las minas figuran con 58 millones, o sea casi la tercera parte del ingreso total, sin hacer estimación de otras formas indirectas e importantes de contribución que pueden imputarse igualmente a las minas. La riqueza pública venezolana reposa en la actualidad, en más de un tercio, sobre el aprovechamiento destructor de los yacimientos del subsuelo, cuya vida no solamente es ilimitada por razones naturales, sino cuya productividad depende por entero de factores y voluntades ajenos a la economía nacional. Esta gran proporción de riqueza de origen destructivo crecerá sin duda alguna el día en que los impuestos mineros se hagan más justos y remunerativos hasta acercarse al sueño suicida de algunos ingenuos que ven como el ideal de la hacienda venezolana llegar a pagar la totalidad del presupuesto con la sola renta de minas, lo que habría que traducir más simplemente así: llegar a hacer de Venezuela un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo, nadando en una abundancia momentánea y corruptora y abocado a una catástrofe inminente e inevitable.
Pero no solo llega a esta proporción el carácter destructivo de nuestra economía, sino que va aún más lejos alcanzando magnitud trágica. La riqueza del suelo entre nosotros no solo no aumenta, sino que tiende a desaparecer. Nuestra producción agrícola decae en cantidad y calidad de modo alarmante. Nuestros escasos frutos de exportación se han visto arrebatados el sitio en los mercados internacionales por competidores más activos y hábiles. Nuestra ganadería degenera y empobrece con las epizootias, la garrapata y la falta de cruce adecuado. Se esterilizan las tierras sin abonos, se cultiva con los métodos más anticuados, se destruyen bosques enormes sin replantarlos para ser convertidos en leña y carbón vegetal. De un libro recién publicado tomamos este dato ejemplar: “En la región del Cuyuní trabajaban mas o menos tres mil hombres que tumbaban por termino medio nueve mil árboles por día, que totalizaban en el mes 270 mil, y en los siete meses, inclusive los Nortes, un millón ochocientos noventa mil árboles. Multiplicada esta última suma por el número de años que se trabajó el balatá, se obtendrá una cantidad exorbitante de árboles derribados y se formará una idea de lo lejos que está el purgüo” Estas frases son el brutal epitafio del balatá, que bajo otros procedimientos, hubiera podido ser una de las mayores riquezas venezolanas.
La lección de este cuadro amenazador es simple: urge crear sólidamente en Venezuela una economía reproductiva y progresista. Urge aprovechar la riqueza transitoria de la actual economía destructiva para crear
las bases sanas y amplias y coordinadas de esa futura economía progresiva que será nuestra verdadera acta de independencia. Es menester sacar la mayor renta de las minas para invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales. Que en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un pueble parásito e inútil, sea la afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueble venezolano en condiciones excepcionales.
La parte que en nuestros presupuestos actuales se dedica a este verdadero fomento y creación de riquezas es todavía pequeña y acaso no pase de la séptima parte del monto total de los gastos. Es necesario que estos egresos, destinados a crear y garantizar el desarrollo inicial de una economía progresiva alcance por lo menos hasta concurrencia de la renta minera.
La única política economía sabia y salvadora que debemos practicas; es la de transformar la renta minera en crédito agrícola, estimular la agricultura científica y moderna, importar sementales y pastos, repoblar los bosques, construir todas las represas y canalizaciones necesarias para regularizar la irrigación y el defectuoso régimen de aguas, mecanizar e industrializar el campo, crear cooperativas para ciertos cultivos y pequeños propietarios para otros.
Esa sería la verdadera acción de construcción nacional, el verdadero aprovechamiento de la riqueza patria y tal debe ser el empeño de todos los venezolanos conscientes.
Si hubiéramos de proponer una divisa para nuestra política económica lanzaríamos la siguiente, que nos hace resumir dramáticamente esa necesidad de invertir la riqueza producida por el sistema destructivo de la mina, en crear riqueza agrícola, reproductiva y progresiva: SEMBRAR EL PETRÓLEO.

Artículo de Arturo Uslar Pietri publicado el 14 de Julio de 1936 en el diario Ahora.

Arturo Uslar Pietri. Ensayista, novelista, cuentista, dramaturgo, doctor en Ciencias Políticas y en Economía. Nació en Caracas el 16 de mayo de 1906. Considerado uno de los más ilustres venezolanos contemporáneos. Ministro de Educación (1934-1941), Secretario de la Presidencia de la República, Ministro de Hacienda y Ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Isaías Medina. Senador ante el Congreso Nacional. Candidato en 1963 a la presidencia de la República. Director y articulista del diario El Nacional. En la literatura se inició con Barrabás y otros relatos. Su novela de éxito fue Las Lanzas Coloradas, publicada en 1931
Guillermo Meneses, en su Antología del Cuento Venezolano, analiza así su obra: "Arturo Uslar Pietri ofrece la difícil síntesis de inteligencia bien nutrida, capacidad creadora, maestría expresiva, fina sensibilidad, razonamiento riguroso, inquieta curiosidad artística, tenaz voluntad de investigación. En sus obras de imaginación ha tratado con igual dominio temas de antiguo origen ("Barrabás", "El apólogo del vino"), situaciones obtenidas en las páginas de nuestra historia ("Las Lanzas Coloradas", "El Camino de El Dorado"), ambientes de purísima arquitectura poética ("Lluvia"). En todo caso, Uslar Pietri hace arte; no acepta jamás la actitud del escritor fácil que se adorna con palabras inútiles: sus cuentos son resultado armonioso de razón, creación, respeto del arte y del hombre".
Obtuvo el premio "Príncipe de Asturias" (1990) con la novela La visita en el tiempo. Fue miembro de las Academias de la Lengua, de Ciencias Políticas y Sociales y de la Historia. Entre los numerosos premios que ha recibido están el Premio Nacional de Literatura, en dos oportunidades, el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos (1991); el "María Moors Cabot" (1972), el Premio Hispanoamericano de Prensa "Miguel de Cervantes”; el premio “Merhenthler” de Chile (1972). Su obra bibliográfica es vasta. Uno de sus biógrafos, el Profesor Rafael Augusto Cadenas en “Vida y obra de Arturo Uslar Pietri” reseña entre 1928 y 1994 sesenta y tres obras.
A los 93 años cumplidos, en declaraciones dadas al periodista Roberto Giusti, de El Universal (4 de julio de 1999), Uslar Pietri se confiesa angustiado al ver que los grandes problemas del país están en pie, que cada día Venezuela está más inmadura, cada día más dependiente de la riqueza petrolera y que aquí no se ha hecho nada por "sembrar el petróleo". Falleció en Caracas el 26 de febrero del año 2000. Egoísmos políticos fueron la razón de no rendírsele los merecidos honores.

CARLOS RANGEL: El reverso de los mitos

CARLOS RANGEL: El reverso de los mitos

El Tupác Amarú histórico fue un descendiente en línea directa de los Incas, Emperadores del Perú precolombino. Al rebelarse en 1780, cambió su nombre españolizado por el de un Inca ejecutado en 1659 por Francisco de Toledo, el Virrey que entre ese año y 1582 consolidó definitivamente el dominio español sobre el territorio peruano.

Derrotado y preso, Tupác Amarú fue vejado y muerto cruelmente, con lo cual pasó a la historia como mártir y precursor de la independencia latinoamericana.

Eso es típico de los equívocos y los mitos de la América Latina. Tupác Amarú se rebeló en nombre del Rey español, Carlos III (1759-88) y contra los abusos de los criollos peruanos. Fueron estos quienes le hicieron frente, lo derrotaron y lo supliciaron, sobre todo para defender sus privilegios de descendientes de los conquistadores, y solo accidentalmente para sostener los derechos de un lejano rey afrancesado, quien desde 1765 había comenzado a molestarlos y a inquietarlos con la extensión a América de ideas modernas sobre una mejor administración y supervisión imperiales, basadas en el sistema francés de delegados (intendentes) de la corona.

En este ocaso del Imperio español en América, los criollos americanos, cepa de la estructura de poder de todas las futuras repúblicas independientes, viven emociones y sentimientos contradictorios. La rebeldía exitosa de los colonos ingleses de la América del Norte los fascina. Aspiran a ejercer todo el poder, a tener todos los honores, en lugar de tener que admitir la tutela de España, ejercida por funcionarios peninsulares. Pero a la vez, como amos de una sociedad esclavista, se saben rodeados de enemigos. No solo los indios en apariencia sumisos, pero que de vez en cuando estallan en rebelión como en el Perú en 1780; o como en México en 1624 y 1692; sino además los negros bárbaros y violentos y los pardos humillados y resentidos. En el motín de 1692 los esclavos negros, los pardos y hasta los blancos pobres, llamados en México saramullos, para distinguirlos de los orgullosos criollos, habían terminado por hacer causa común con los indios en una explosión de cólera contra toda autoridad y toda riqueza.

Por si todo esto fuera poco, la revolución de Haití les ofreció a los criollos de 1791, una demostración práctica de lo que podía ser la guerra social en las sociedades esclavistas de América, una vez disueltos los vínculos con la metrópoli y resquebrajados los hábitos de autoridad y sumisión.

Frente a la masa oscura y enemiga de los esclavos, los siervos y las castas libres inferiores, los criollos se sienten ansiosamente españoles, fieles súbditos del Rey. Criollos pueden haber sido (y fueron probablemente) los verdugos de Tupác Amarú. Criolla también la proclama redactora del bando proclamado en Cuzco tras haber sido ahogada la sublevación (de Tupác Amarú).

“Por causa del rebelde, mandase que los naturales se deshagan o entreguen a sus corregidores cuantas vestiduras tuvieren, como igualmente las pinturas o retratos de los Incas, las cuales se borrarán indefectiblemente como que no merecen la dignidad de estar pintados en tales sitios”
“Por causa del rebelde, celarán los mismos corregidores que no se represente en ningún pueblo de sus respectivas provincias, comedias u otras funciones públicas de los que suelen usar los indios para memoria de sus hechos antiguos”
“Por causa del rebelde, prohíbense las trompetas o clarines que usan los indios en sus funciones, a las que llaman potutos, y que son unos caracoles marinos de un sonido extraño y lúgubre”
“Por causa del rebelde, mandase a los naturales que sigan los trajes que le señalan las leyes, se vistan de nuestras costumbres y hablen la lengua castellana, bajo las penas más rigorosas y justas contra los desobedientes”

Pero los mismos criollos que lanzan o suscriben en 1781 esa proclama de ocupantes, van a partir de 1810 a declararse “indios honorarios”, herederos y vengadores del Buen Salvaje. El himno del Perú independentista designa a Lima (la más española, junto con México de las ciudades hispanoamericanas) heredera del odio y la venganza del Inca, su legítimo señor y libre de nuevo después de tres siglos de dominación extranjera El himno de la Argentina asegura que con la guerra de emancipación, Los Incas se conmovieron en sus tumbas por la emoción de ver “a sus hijos” renovar el “antiguo esplendor de la Patria”. En Ecuador, José Joaquín Olmedo, suerte de poeta laureado de la Gran Colombia, imagina (en 1825) al Inca Huaina Capac, montado en una nube, jubiloso de que, tras haber tenido que ver desde ultratumba.

“correr las tres centurias
de maldición, de sangre y servidumbre”

esté ahora despuntando la hora feliz en la que empieza

“la nueva edad al Inca prometida”

Entre tanto, la situación de los indios no míticos, o muertos y enterrados desde antes del descubrimiento, sino vivos y de carne y hueso, siguió donde quiera siendo igual o peor que antes de la ruptura con España. La administración colonial española estaba a cargo de peninsulares sin intereses privados en América, ni nexos de sangre o prolongada familiaridad con la oligarquía criolla. Para estos funcionarios, Virreyes, Intendentes o Capitanes Generales, las castas americanas eran un hecho político a manejarse con el expediente de una prudente mediación entre unas y otras. Además, si bien no había en ese gobierno preocupación alguna de equidad social, tal como hoy la entendemos, y es obvio que en el arbitraje entre las castas, los criollos llevaban de lejos la mejor parte, si había alguna preocupación de justicia, y rastros de la controversia (vivida por la España cristiana del siglo XVI, sobre la humanidad y los derechos de los aborígenes de América) que había dado promulgación de las llamadas “Leyes de Indias” donde figuraban numerosas disposiciones destinadas a proteger los indios.

En contraste, los gobiernos republicanos de Hispanoamérica van a ser todos representativos exclusivamente de implacables hacendados criollos o (en el caso de países removidos socialmente por la guerra) de aún más implacables hacendados pardos; oligarquías que no tendrán otra preocupación ni otra meta que mantener intactas las estructuras sociales basadas en el latifundio y el peonaje. Los frecuentes cambios de gobierno, las llamadas “revoluciones” latinoamericanas, no van a ser sino perturbaciones superficiales en un agua estancada.

Para colmo de injusticia, cuando hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX las clases dirigentes latinoamericanas comiencen a formular explicaciones o excusas por el fracaso de sus sociedades en comparación con la sociedad norteamericana, es al indio, al negro y a la mezcla de razas a quienes van a a culpar; y esa explicación va a preceder primero, y luego a coexistir durante algún tiempo con la que hoy está de moda y que atribuye exclusivamente al imperialismo norteamericano el atraso y la frustración de América Latina.

Carlos Rangel. Del buen salvaje al buen revolucionario.

Del buen salvaje al buen revolucionario, editada originalmente en 1976 es obra de Carlos Rangel (Caracas 1929-1988). Se desempeñó como profesor en universidades de Nueva Cork, Bruselas y Caracas. En calidad de periodista, junto a su esposa Sofía Imber estuvo al frente del programa “Buenos Días”. Director de la revista Momento y articulista en las páginas de opinión e Venezuela, México, Estados Unidos y Europa. Entre sus obras, además de la antes citada están El tercermundismo y Marx y los socialismos reales y otros ensayos

sábado, agosto 26, 2006

Juan Nuño: Árabes y Judíos

Arabes y Judíos
Miss Fray era aquel delicioso personaje, mitad profesora, mitad espía, irremediablemente spinster, que en The lady vanishes del gran Hitchcock recomendaba: «No pienso que se deba juzgar a un país por su política. Después de todo, los ingleses somos honrados por naturaleza, ¿o no?» Ahí está la cuestión. Una cosa es la política de cualquier país y otra el país, sus habitantes, la gente.
En el caso de Israel, a la hora de juzgarlo, siempre se maneja una doble mala fe: desde fuera y por parte de los propios israelíes. Lo extraño es que se trata del mismo juego en ambos casos: proceso de intenciones. A Israel nunca se le juzga por lo que hace, sino por lo que no debería hacer jamás. Aun peor: se le juzga tanto por lo que hace como por lo que no debería hacer. Por tratarse de un Estado judío, no debería perseguir ni reprimir a nadie, pues como todos saben, habiendo sido perseguidos tanto tiempo, ya no tienen derecho los judíos a perseguir a nadie. Lo suyo es sufrir, en silencio a ser posible, ya sea como individuos o como colectividad, en tanto Estado de Israel. Que los bobbies abandonen su tradicional flema en Notting Hill y se líen a bastonazos con cuanto negro proteste por las infrahumanas condiciones de vida en los ghettos proletarios es cosa aceptada por el resto del mundo como algo inevitable, el mal necesario. Si los educados gendarmes franceses «pasan a tabaco» a cuanto meteco, indocumentado o sospechoso meten caprichosamente en el panier à salade, se acepta como el estado natural de las cosas: para eso está la policía. El sic de coeteris. Ah, pero si el que da los bastonazos o dispara las bombas lacrimógenas es el Estado de Israel, el clamor es entonces universal: ellos no, por favor, en tanto judíos no tienen derecho a reprimir a nadie.
Por su parte, los protagonistas del drama, los malvados israelíes, no se quedan atrás a la hora de repartir mala fe argumental. Empiezan por mentir diciendo cómo no son las cosas: siempre son los árabes los que no quieren la paz, y continúan protestando por su alterada inocencia: de acuerdo, aceptan, han tenido que pegar un poco, lo sienten mucho, pero ésa no era su intención. Su intención, ya se sabe, era hacer un Estado ideal, otro sueño, todos hermanos, sin oprimidos ni opresores; aquella bobada bíblica del cordero paciendo junto al lobo. Desgraciadamente las circunstancias, de momento, les obligan, pero ellos, con harto dolor de su corazón, se ven arrastrados, qué más quisieran, prometen ser buenos, esto parará pronto, un poco de comprensión. Qué irritantes pueden ser: ¿por qué diablos tienen que justificar a cada paso lo que hacen? Son un Estado como cualquier otro, ni mejor ni peor, tienen problemas sociales y de orden público como cualquier Estado y proceden a reprimir como cualquier gobierno dotado de fuerzas represivas. ¿No querían un Estado? Bueno: ya lo tienen, pero que no pidan además que se les ame y se les comprenda en todo lo que hacen. Un Estado es eso: unos contra otros, en forma suave y escondida, o abierta y brutal. Si tanto les molesta ser juzgados, sólo tienen que abandonar la idea de Estado y volver a la condición pasiva de la diáspora. Y si acaso eso les parece un precio muy alto, que sigan siendo Estado y se dejen de estar dando explicaciones. Que aprendan de una vez por todas que Sartre tenía razón cuando dijo que la política era llenarse las manos hasta el codo de mierda y de sangre. No pueden pretender ganar en los dos tableros: el de la Realpolitik y el de la humana comprensión. O son judíos, en el sentido de víctimas, el único que entiende el resto del mundo, o son israelíes, en tanto perseguidores de sus enemigos. Cada vez les va a ser más difícil seguir siendo ambas cosas.
Lo que sucede en los territorios ocupados por Israel es para escandalizarse. En cambio, nadie se rasga las vestiduras por lo que hace muchos años ocurre en Irlanda del Norte. La gentil Mrs. Thatcher mandó a matar en Gibraltar, sin decir tiro va, a tres irlandeses, y apenas si la seráfica e inútil Amnistía Internacional se ha dado por enterada. En la revuelta de los armenios en el sur de la URSS muere gente; hasta nuevo aviso, Afganistán sigue ocupado por el invasor soviético. Todos esos sucesos son considerados «normales»; la monstruosidad se concentra en lo que hace Israel. Nadie ha vuelto a hablar de la brutal ocupación siria del Líbano, que también produce víctimas; ni del aplastamiento de los kurdos por turcos, iraquíes e iraníes. Para no fijarse en África, continente de todas las desgracias. Nada de eso interesa comparado con la terrible represión israelí en Gaza y Cisjordania.
Por supuesto que es terrible, como todo lo que afecta a esa región; que allí se concentren los males del mundo no debe extrañar si se piensa que de allí salieron las tres terribles religiones monoteístas. Pero convendría empezar a trascender la anécdota, por dolorosa que sea, y tratar de ver más allá de los muertos, por inocentes que resulten. La triste y fundamental verdad es que el clima de violencia beneficia tanto a Israel como a los palestinos. Si por uno de esos milagros, a los que también son adictos los creyentes de tales religiones, de pronto descendiera la paz en las tierras bíblicas, Israel, por un lado, y el pueblo palestino, por otro, se enzarzarían en la más atroz de las contiendas intestinas. Para Israel, la permanente amenaza palestina es garantía de unidad nacional; el día en que esa amenaza cesara (tal sería el milagro), no resultaría improbable que Israel se rompiera en varios pedazos: tantas son sus tensiones sociales y aun raciales. En cuanto a los palestinos, no parecen tener mucho futuro, fuera de matar y morir, como hasta ahora. Los jordanos no quieren nada con ellos y bien que lo probaron en aquel oscuro mes de septiembre; del Líbano ya los echaron una vez; los israelíes le han ofrecido Gaza a Egipto en más de una ocasión y los egipcios han respondido que ni hablar, que no quieren palestinos en su territorio. Eso para no mencionar las divisiones internas de la OLP, aguantadas con alfileres gracias a la agresión israelí; el día en que esa agresión dejara de existir Arafat y Habash (para sólo citar los dos más conocidos) se entredegollarían en menos de una hora. Será todo lo cínico que se quiera, pero en ciertas ocasione (como ésta) es muy recomendable el estado de guerra.
Si a eso se añade el juego de las superpotencias, no se ve que aclare el horizonte. Tampoco a EEUU y la URSS les conviene la paz; tanto uno como otro perderían influencia en la zona. En especial los rusos, pues si todo estuviera en paz (otra vez el milagro imposible), los sirios, por ejemplo, no tendrían que depender de ellos, tardarían muy poco en volverles la espalda y de paso olvidarse de los miles de millones que les deben. De modo que, por fas o por nefas, a unos y a otros les conviene que siga la zapatiesta. A todos. Y puestos a ser cínicos, pudiera decirse que hasta a los muertos, pues para vivir en las miserables y horrendas condiciones en que están viviendo esos desgraciados, mejor es morir dando la cara.
Un clásico de la moral del siglo XX, Adolf Eichmann, lo expuso bien claro: «si mueren unos pocos, es una catástrofe; cuando se trata de millones sólo son estadísticas».

Juan Nuño: (1927-1995). Nacido en España. Filósofo. Fue profesor de filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Colaborador en publicaciones continentales periódicas de prestigio. Entre sus más importantes obras se cuentan Sionismo, marxismo y antisemitismo, La veneración de las astucias, la escuela de la sospecha, Escuchar con los ojos, Doscientas horas en la oscuridad y La filosofía de Borges. Fue articulista en la página de opinión de El Nacional, donde presentaba opiniones y lineamientos sencillos y amenos, dirigidos al “grosso” público, obviando los profundos conocimientos filosóficos expuestos en otras obras destinadas a lectores más especializados. Falleció en Caracas el 5 de mayo de 1995.
Juan Nuño resultaba disociante y escabroso para muchos. Filósofo iconoclasta, derrumbado de mitos y religiones -que a fin de cuentas es lo mismo- , siempre con la verdad como lanza murió hace algunos años. Para quienes le leímos, no es un recuerdo; es una realidad. Realidad espantosa para quienes se refugian en icono, glorias pasadas y pasiones injustificadas. Escribió Jesús Sanoja Hernández en la serie "50 imprescindibles" con fecha 06-09-88:
"No fue hombre fácil: lo fácil para él era la palabra, escrita y hablada, temible en la controversia, adelantado en la difusión y crítica de autores y tendencias. Por lo mismo, polemizó en exceso: con Eduardo Vásquez, con Ludovico Silva y para nombra de último al último, con Emeterio Gómez En fin, levaba por dentro la carga dinamitera propia del español y el judío". Con relación al libro que recién publicaba, Argenis Martínez escribió: Polémico y contundente, Juan Nuño supo siempre develar las aristas más agudas de la realidad hispanoamericana -especialmente de la venezolana- a través de sus artículos publicados en la prensa. Con una prosa clarísima, llena de ironía y humor, no se apartó de la fuerte vocación de postular la verdad, sin pretender convertir su pensamiento en dogma"


Juan Nuño: Casi na´

Nunca se había predicado tanto la ética como en este nada ético final de centuria. Predicado y pregonado: vozarrones solemnes y huecos invocan la moral perdida quien sabe donde y las desconsoladas viudas de las buenas costumbres cuchichean a todo el que quiera escucharlas que no se respetan los valores. Los valores: nada menos. Definitivamente perdidos como si se tratara de la dentadura del abuelo o el último recibo del gas. Que manía con eso de la moral: muchísimo hablar y poco practicarla.
Por lo mismo, resalta la sorprendente noticia. Ahí es nada: En España, un gitano, un señor gitano, un gitano señor, ha renunciado, indignado, a recibir doce millones de pesetas (veinte millones de bolívares) en compensación por la muerte de su mujer. Parece que fue un accidente de tránsito en el que los responsables fueron condenados a pagar la indemnización al esposo de la víctima. Ahí saltó la indignación noble y señorial del gitano: No se puede uno lucrar con la muerte de nadie y menos con la de un ser querido. Faltaría más. Dio media vuelta y se marchó, dejándoles con su sucio dinero en las manos.
Pe pie, señores, hay que ponerse de pie, quitarse el sombrero y hacer una profunda y silenciosa reverencia a ese gitano tan señor y tan patricio. En nuestros fenicios y corrompidos tiempos, alguien, sin pretensiones, tiene el gesto inmenso, sobrecogedor, de despreciar el dinero en nombre de la decencia y el respeto a los muertos. Casi na`.
Los gitanos vienen de lejos y siguen su camino indiferentes al mundo enloquecido que formamos todos los no gitanos. Pueblo extraño, mítico y trashumante, mal visto y casi siempre perseguido. Proceden de la India, por más que cierta tradición quiso hacerles descender de los faraones: los llamaron entonces egipcianos, de donde el apócope de gitanos. Pueblo caucásico, indoeuropeo, otro más solo que de tez oscura –moreno de verde luna – con lengua indoeuropea de pura cepa, derivada directamente del sánscrito y emparentada con los idiomas hablados en el norte del Indostaní. Entre si no se llaman gitanos sino romaníes que viene de “rom” que, en su lengua, es hombre y se oponen a gayo o payo; los otros, lo contrario de los gitanos: los payos, expresión con sentido abiertamente peyorativo: “Brutos”, “montunos”, “rústicos”. Lo suyo es vagar, pues son los últimos nómadas auténticos que quedan sobre el planeta. Moverse, emigrar, viajar de un lado para otro. Comenzaron en la India hace más de tres mil años y ya le han dado varias veces la vuelta al mundo. Están por todas partes, hasta en Australia, pero mayormente suelen encontrarse en los Balcanes, en Centroeuropa, norte de África, Francia y la Península Ibérica. En Gran Bretaña, curiosamente, en el país de Gales. Hay unos tres millones, siempre viajeros, dedicados a diversos oficios trashumantes: tratantes de ganado, domadores de animales, titiriteros, latoneros, músicos, sobre tod músicos. Ahí están sus violines, sus czardas, la guitarra y el flamenco, nada menos que el cante jondo. Ellas, echan las cartas y leen la palma de la mano, una manera inocente de sortear el destino. Se dividen en diversas tribus. Por un lado están los kalderash, numerosos en Rumania, Bulgaria, Hungría. Luego los menouches del norte de Francia, Alsacia, y Alemania y por último los gitans, los gitanos, del sur de Francia y de España y Portugal. No reconocen ninguna autoridad central: lo del “rey de los gitanos” es una leyenda de opereta vienesa. Viven en familias patriarcales que en ocasiones llegan a contar con más de doscientas personas. Son fieles a sus costumbres, entre las cuales la más sana es la del exilio sistemático. Viajan, viajan mucho y no echan nunca raíces. Por eso el mundo payo los teme y los persigue. Nunca se han llevado bien sedentarios y nómadas, desde Abel y Caín: alguien mata al otro. Hitler se cargó, en sus civilizados hornos alemanes, a medio millón de gitanos con todo y ser más puramente arios que los rubios germanos.
Pero los gitanos – bronce y sueño – siguen imperturbables su vida sencilla, con solemne desprecio por los “valores” de los civilizados. ¿Qué mayor muestra de desprecio que la acaba de dar ese gitano camborio rechazando dinero por la muerte de su mujer? Toda una lección en los tiempos que corren. Y en cualquiera.

Juan Nuño
El Nacional. 1993

Juan Nuño: (1927-1995). Nacido en España. Filósofo. Fue profesor de filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Colaborador en publicaciones continentales periódicas de prestigio. Entre sus más importantes obras se cuentan Sionismo, marxismo y antisemitismo, La veneración de las astucias, la escuela de la sospecha, Escuchar con los ojos, Doscientas horas en la oscuridad y La filosofía de Borges. Fue articulista en la página de opinión de El Nacional, donde presentaba opiniones y lineamientos sencillos y amenos, dirigidos al “grosso” público, obviando los profundos conocimientos filosóficos expuestos en otras obras destinadas a lectores más especializados. Falleció en Caracas el 5 de mayo de 1995.

viernes, agosto 18, 2006

Imprescindibles

http://jhermoso.blogspot.com
La creación de este blog ha sido la necesidad de dar a conocer a los lectores el pensamiento y la obra de venezolanos, muchos de ellos olvidados o con un doble propósito "echados al olvido". Presentaré sus escritos, sus obras de arte, en fin, todo aquello por lo cual los considero valiosos. Lógico es pensar que mis gustos e inclinaciones no son iguales a las del resto de la humanidad. Pretendo no herir susceptibilidades.
José Hermoso Sierra